Madre Trinidad:

Orfandad y Educación (PARTE I)

Tras la muerte de doña Filomena, duro revés para la familia. El padre con la ayuda de la abuela materna estaban al frente de la familia, los niños estaban atendidos por la abuela con la ayuda de dos jóvenes muchachas con las que tenían un vínculo familiar. La mayor de ellas llamada Victoria Rodríguez, quiso quedarse en la casa, a lo que la abuela se opuso rotundamente, pero con el tiempo, el padre quiso que la joven se quedase. Pasaron tres o cuatro meses y se empezó a conocer que el padre tenía la intención de contraer matrimonio con Victoria, cosa que disgustaba a los hijos mayores.

La M. Trinidad, haciéndose eco de estos momentos escribe: «Mi corazón que con la muerte de mi madre se había hecho más sensible y tierno… el golpe de perder a mi santa madre me pareció el descubrimiento de un mundo nuevo de desengaños… ¡Todo cambió alrededor nuestro!…”.

Ante esta particularidad, Mercedes pretendía ponerse al frente de la casa y vivía obsesionada con lo que le había oído decir a su madre antes de morir, que ella como la mayor de las niñas atendiese a su padre y hermanos; quería aprender todo rápidamente y tomar las riendas del hogar. Ante aquellas circustancias, la matriarca buscó lo mejor para las dos niñas, sacarlas de allí y educarlas bien para el futuro. Así, de acuerdo con el padre empezaron a buscar un internado donde las niñas recibiesen una buena educación. Esta decisión no fue del agrado de Mercedes, pues ella no quería salir de casa, sino ponerse al frente de ella, para así evitar que su padre les pusiese madrastra. Solo pudieron sacarla de su obsesión prometiéndole que tan pronto como se formase volvería para ponerse al frente de todo.

En la elección del colegio pensaron en las Clarisas de la Encarnación, donde se había educado la madre de las niñas y donde la abuela tenía una hermana y una hija que entonces era la abadesa. También pensaron en el Colegio de Santo Domingo, por el gran prestigio que tenía en Granada y con la pretensión de que llegasen a ser profesoras, que según anteriormente, en vida de doña Filomena, los padres habían pensado para ellas. Enterada de que buscaban colegio sor Pilar Rodríguez, monja en el convento de clarisas de Santa Inés, le pidió que las llevasen a su convento, acababan de abrir un colegio y ya tenían quince niñas educandas de buenas familias. Así lo decidieron y prepararon lo necesario para llevarlas a Santa Inés.

EDUCACIÓN EN SANTA INÉS

El convento de Santa Inés de Granada, de clarisas urbanistas, contaba con un número considerable de monjas, bien formadas y algunas procedentes de familias de alta clase social. De ellas conservó la madre Trinidad buenos recuerdos por tanto bien que le hicieron durante los casi cuatro años que permaneció con ellas; considera este paso por Santa Inés como una gracia de Dios. En este convento de clausura, siguiendo la tendencia de aquellos años entre conventos de monjas, habían abierto en 1888 un colegio interno para educar niñas. La finalidad que pretendían era conseguir una ayuda económica y las posibles vocaciones.

La formación que impartían era una esmerada educación dentro del esquema educativo que se practicaba para las mujeres en aquellos años, centrada en cultura general, trabajos domésticos, labores, bordado, buenos modales… A este esquema añadían las monjas una formación religiosa acompañada de abundante práctica encaminada a conseguir un buen fervor religioso.

El 28 de enero de 1889 a las cinco de la tarde el padre y la abuela, acompañados de una tía de las niñas llamada Prudencia, llevaron a Mercedes y a su hermana Pepita al convento de Santa Inés. Ese mismo día Mercedes cumplía diez años y su hermana estaba para cumplir los nueve en el mes de marzo siguiente. Al despedirse el padre y la abuela de las niñas, las dos hermanas quedaron tristes y llorando y se podía escuchar a Merceditas decir: ¡Cuidado que yo no quiero ser monja, que vengo a educarme para ayudar a mi papá…”.

Las religiosas nos recibieron con tanta ternura y amor que mi hermanita entusiasmada (menor que yo) me reprendía al verme llorar, diciéndome: “Eres tonta, Merceditas, ¿no ves que estamos aquí mejor que en casa con tantas monjas y niñas que juegan, y en casa desde que mamá murió no se podía más que llorar…”. “Mi padre y abuela quedaron desconsolados, llorando, y nosotras cogidas de la mano de aquellas santas religiosas que nos llenaron de atenciones y cariño, cuando yo toda enfurruñada no sabía corresponder aquellas delicadezas maternales más que contestando…”.

«Las madres, como vieron la buena educación y que sabíamos leer y escribir correctamente, nos preguntaron: Vosotras, ¿qué queréis aprender, a qué sentís inclinación? Yo muy impresionada no sabía más que llorar… Llevaba delante de mí el cuadro de mi casa …”.

Las monjas de Santa Inés tenían costumbre de ofrecer a la Virgen de Belén, o del portal de Belén, que tenían en el coro, a las niñas cuando llegaba al colegio. En este momento tan especial, Mercedes empezó a sentir una atracción por el Niño Jesús del pesebre que le cautivó y fue progresivamente aminorando sus penas y dándole paulatinamente un sentido nuevo a su vida. Del encuentro con esta imagen de la Virgen y del Niño y del bien que le reportó esta devoción, hablará después sintiéndose agradecida y dando gracia a Dios por este don:

“Al día siguiente nos llevaron al coro, y nos ofrecieron a la Santísima Virgen y al Niño de Belén. Ah, qué hermoso Niño vi en aquel pesebre bendito, le miraba con tanta atención que no me podía nadie arrancar de su lado, cautivó su hermosura mi corazón y mi alma. Decía a mi hermanita cuando estábamos solas: “Yo no podré irme sin este Niño celestial… Si papá lo comprara nos lo llevábamos, y si no lo quieren dar, yo no me podré ir sin él… He sentido que el Niño robó mi corazón y yo no puedo vivir sin él… Y como lo han subido tan alto no alcanzo, y yo quisiera me lo dejaran sólo para llenarlo de besos y abrazarlo…”.

«A la madre Maestra le hablaba del Niño, de su hermosura, de lo que me gustaría tenerle un ratico en mis brazos… Ella me oía con atención y me decía: “El Niño Jesús vendrá a tus brazos cuando quieras ser su esposa, pero ahora que quieres irte con tu papá, ¿cómo vas tú a merecer mecerlo y besarlo y después te marchas…?” ¡Oh, no, madre mía, que si beso a ese Niño yo seré lo que él quiera, o su esposa, o su niñera… y la maestra me seguía el hilo y me decía: “Tienes que pedírselo a su Madre Santísima, la Virgen Santísima, y no sé qué le parecerá”. Y cogiéndome de la mano, me dijo: “Ven conmigo”. Y me llevó al coro y me puso de rodillas delante de la Santísima Virgen, y me dijo: “Ahora pídeselo tú con mucha fe y fervor”. Y me dejó mientras ella me alcanzó el Niño de la capillita, y me lo trajo diciéndome: “Toma, hija mía, el divino Niño que me da la Virgen para que lo beses”… Oh, entonces qué feliz me encontraba con él en mis brazos, le estrechaba…, le besaba y me ofrecí a él para siempre. Entonces sentí fuerzas para sacrificarle mi papá, mis hermanitos pequeños, mi abuela, ya no quería volver al mundo, entonces me sentí consagrada a él para siempre.   (Continuará)

Causa Madre Trinidad Carreras

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