Con fe inquebrantable, con decisión tenaz y firme, se mostró Madre Trinidad cuando, prevenida y avisada de la situación española en el primer tercio de los años 30 (s. XX), toma la decisión de fundar al menos una casa o convento en el exterior. La idea era clara: poder trasladar allí a sus comunidades en caso de guerra y agresión. La guerra es un gigante negro que se abalanza sobre los pueblos del mundo, los empequeñecen y empobrecen, en una palabra, los destruyen. Eso pasaría en España, pero la cosa se veía venir.

En sus escritos, dirigidos a: “MM. Abadesa, Vicarias y hijas, todas muy amadas en Jesús Hostia de Berja y Chauchina” nos proporciona el relato de los primeros pasos dados para discernir la voluntad de Dios al respecto: “Hoy hemos visitado al señor Obispo; tan amable y bondadoso como siempre nos recibió como verdadero padre, …. Después de hablar largamente con Su Excelencia y de recibir con gratitud sus consejos, quedamos en irnos a Madrid a pedir al Señor Nuncio nos conceda la fundación de París, si es voluntad de Dios, con carta de recomendación; y nos dijo que le esperemos en Madrid, que el 23 piensa pasar por allí de paso para San Sebastián…”.

Todo lo que escribe la Madre, viene plagado de su experiencia interior en cada situación. No es descriptiva en exceso con los detalles del viaje, prefiere llevarlo todo al plano, donde Jesús y ella forman junto a la naciente congregación, un camino hacia el Cielo. En su viaje, pueden visitar en la capilla de unas religiosas al Señor: “¡Tómalo todo!… y dame ahora una chispa de tu amor divino, para que jamás os desagrade… Y me parecía ver en su mano divina como una conchilla sucia y fea y al tocarla Jesús con su dedo divino, soltó todas sus miserias… y al acercarla a su Corazón amorosísimo y sentir el calor de aquella hoguera divina se abrió, y me pareció ver dentro el corazón de todas mis hijas de Chauchina y Berja que Jesús acariciaba con delicadezas divinas y guardó dentro de su amorosísimo Corazón”. Se sabía dentro y resguardada de todo peligro por Jesús Eucaristía.

Próximo destino, Madrid, cuya sombra se ilumina en su horizonte como parte de los obstáculos que tendrá que vencer hasta asentar su nueva fundación en el extranjero. Desde Cabra, donde tendrá que hacer escala para despedirse de la señora Vizcondesa de Termens sigue escribiendo:

“Tomamos el coche, que dentro de la misma casa de la señora Vizcondesa subimos, a las 8,30 de la noche (desde donde hablé con mis hijas de Berja en el teléfono, antes de salir de casa de la señora). Salió el coche hacia Aguilar del Campo donde tomamos el tren rápido para Madrid, que la señora nos pagó en primera, a los tres, y nos despedimos de la señora agradecidísimas. ¡El Señor se lo premie todo!”.

Don Sebastián Carrasco, las acompañaba. Durante todo el camino se mostró cansado y seco con las monjas, luego supieron que había pasado una mala noche, pues era la continuación de un viaje que había realizado a vapor, el hombre estaba cansado. Al fin se rompe el silencio: “Hablamos de todo en la media hora que faltaba para llegar a Madrid; se nos ofreció aun para arreglar todos nuestros asuntos con un padre paúl de mucha confianza suya, quien también lo era del señor Nuncio, y nos dijo si teníamos dónde hospedarnos.

Le dio tanta compasión de nuestra pobreza que tomó un coche, que él pagó, y nos recomendó con interés a las Esclavitas, y quedó en volver al día siguiente a decir la santa misa y comunión. A don José se lo llevó al mismo hotel, y nosotras quedamos dando muchas gracias al Señor que nos deparó esta ayuda. ¡Él sea bendito!

Ve en la voluntad de sus superiores, la voluntad de Dios: “Esta se va haciendo demasiado larga, en otra os daré cuenta de la visita que vamos en este momento a hacer al señor Nuncio, para pedirle el permiso para París, si nos lo concede será una prueba de que quiere el buen Jesús un palomarcito de Capuchinas Eucarísticas en aquel país donde Jesús quiere bendecir”.

Y aquí ocurre el cambio de rumbo, un cambio que fue tomado con paz en un primer momento, aunque todas las cosas se han de pasar por fuego “mucha paz tienen los que aman tu Ley”. Así es, pero también vienen momentos de crisis, de dudas. La comitiva, sintieron el peso de las pruebas internas. Nos lo relata en una carta dirigida nuevamente a sus hijas a las que va informando de todo desde Madrid el 23 de julio de 1933.

“Como os decía ayer, llegamos a la Nunciatura, y después de un rato, para que los guardias y porteros nos hicieran pasar al despacho de Su Excelencia Reverendísima, un capellán nos pasó a una sala de visitas mientras nos llegara la hora. Nosotras tres, pues nos acompañaba sor Ángeles, rezábamos con mucha devoción al Corazón de Jesús nos iluminara para no pedir más que lo que fuese de su agrado.

El excelentísimo Señor Nuncio … nos preguntaba amablemente quienes éramos y a qué veníamos, extrañándose fuésemos tan solas, sin que nadie nos diese carta ninguna de presentación. Le manifesté cómo deseábamos hacer una fundación en París, y antes de acabar nos dijo: «No, no hijas de mi alma, a París no, de ninguna manera, vayan a Portugal y allí la vida es más barata y el país muy tranquilo, estarán muy bien…». Yo le dije: no conocíamos a nadie, y en París unas señoras nos lo daban todo.

Y con carácter más enérgico repitió: «A París de ninguna manera, vayan a Portugal, y díganles a los padres Jesuitas que yo las envío, que cuiden de ellas». Después de casi una hora preguntando por las dos comunidades con muchos pormenores e interés, nos bendijo, diciéndonos: «Tienen mi permiso y bendición para ir a Portugal, a Italia o América etc., donde Dios las lleve, menos a París». Nosotras muy rendidas y humildes le prometimos obedecer, le rogamos mirase por nosotras, etc., y salimos muy consoladísimas del paternal cariño con que fuimos acogidas… pero sin saber a qué padres Jesuitas acudir, porque aquí no conocimos a ninguno”.

Pasarían mala noche. Trastocar todos los planes, rendirlos a la voluntad de Dios, requiere de mucho autocontrol y resistencia a la frustración. Por una parte, Paris se mostraba como un oasis, donde lo tenían casi todo hecho. Portugal en cambio, era un destino en todo incierto, un desierto. Una vez más insisten al Nuncio sobre la licencia para fundar en Paris. El Nuncio se reafirma, aunque esta vez estará un poco serio.

“Allí, a los pies del señor Nuncio, me sentí llena de consuelo, sus palabras me daban luz, aliento y deseos de seguir tan santos consejos… Muy agradecidas nos despedimos, manifestándole humildemente que solo deseábamos en todo y únicamente cumplir la voluntad de nuestro Señor… Nos bendijo a las tres y volvimos a nuestra casita a darle gracias a nuestro Señor, que más franco que en la primera visita me mostraba las disposiciones que deben animarnos para empezar sus obras… Nuestras miradas en Cristo Crucificado… y subir a él, sin mirar para nada la tierra, que tan fea es cuando miramos con fe las delicias y hermosuras del Cielo.

Al salir de la Nunciatura noté venían las compañeras tristes y asustadas de aquel cambio en el señor Nuncio… Yo las animé mucho, ¡que así son todas las obras de Dios en sus principios! y que como nosotras no queremos ni buscamos otra cosa que la gloria de Dios en la obediencia, que, sujetándonos a ella, no debemos temer, que tengan fe y veamos una providencia del Señor en aquella reprensión.

Madre Patrocinio muy apurada y con lágrimas en los ojos, me dice: «Madre, vamos a Berja… ¿no ve lo que nos ha dicho el señor Nuncio?». Yo las dije: Si vuestras caridades quieren irse a Berja, las envío enseguida y yo me voy a Portugal, que creo haber entendido del señor Nuncio nos da permiso en las condiciones indicadas, que deseo cumplir en todo para gloria de Dios.

Las dos se animaron al verme decidida, y me prometieron seguirme a donde el Señor quiera llevarnos, sintiendo mucho el mal rato que creyeron había pasado, que fue todo lo contrario, mi corazón no descansa de verdad hasta que se siente clavado con Cristo en la cruz”.

Ya está el rumbo y el camino resuelto. Se ponen dirección Portugal.

“No he podido escribir estos días preparando el viaje y despedidas. No teníamos dinero ninguno. Pedí al Señor si era su voluntad moviera el corazón de la señora marquesa de Montefuerte a darnos para el viaje, y ayer tarde vino tan cariñosa y amable, y me entregó dos mil pesetas, que yo no esperaba. Vi que nuestro Señor había tocado aquella buena señora para ayudarnos a realizar este viaje que [es] tan del agrado de su divino Corazón.

Mañana a las 8 salimos para Salamanca. Si nos detenemos allí algunos días os escribiré. Pidan mucho a Jesús Sacramentado para que nos acompañe en nuestro viaje y sea nuestra luz, fortaleza y aliento. ¡Adiós, mis amadas hijas, en vuestras oraciones confío, que hagan mucha oración, y vivir tan unidas a Jesús Eucaristía, que por vosotras el Señor ayude e ilumine a vuestra pobre madre, que solo desea servir y amar a quien me tiene tan obligada,

Sor Trinidad del Corazón de María».

Causa Madre Trinidad Carreras

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