Ya en Madrid, el día 22 de junio, la madre Trinidad y sus dos compañeras fueron a visitar al señor Nuncio, quien las recibió con amabilidad, pero muy extrañado de que fuesen solas y sin carta de presentación. Las escuchó atentamente y no les dio el permiso que pedían para ir a París, las envió a Portugal para que en este país, bajo la orientación de lo padres jesuitas, ejecutasen el proyecto que tenían entre manos. Este encuentro con el señor Nuncio fue clave en el futuro de la Obra. La madre Trinidad lo narra con sencillez en sus notas o crónica del viaje: «Nos preguntaba amablemente quiénes éramos y a qué veníamos, extrañándose fuésemos tan solas, sin que nadie nos diese carta ninguna de presentación. Le manifesté cómo deseábamos hacer una fundación en París, y antes de acabar nos dijo: “No, no, hijas de mi alma, a París no, de ninguna manera, vayan a Portugal y allí la vida es más barata y el país muy tranquilo, estarán muy bien…” Yo le dije no conocíamos a nadie, y en París unas señoras nos lo daban todo. »Y con carácter más enérgico repitió: “A París de ninguna manera, vayan a Portugal, y díganles a los padres jesuitas que yo las envío, que cuiden de ellas”. Después de casi una hora preguntando por las dos comunidades con muchos pormenores e interés, nos bendijo, diciéndonos: “Tienen mi permiso y bendición para ir a Portugal, a Italia o América, etc., donde Dios las lleve, menos a París”. Nosotras, muy rendidas y humildes, le prometimos obedecer, le rogamos mirase por nosotras, etc., y salimos muy consoladísimas del paternal cariño con que fuimos acogidas… pero sin saber a qué padres jesuitas acudir, porque aquí no conocimos a ninguno.»
La madre Trinidad acogió las palabras del Nuncio como la voz de Dios. No dudó en abandonar el camino hacia París, donde contaba con lo necesario para iniciar la fundación, y dirigirse hacia Portugal, a lo desconocido, a tratar con los jesuitas españoles allí refugiados que no conocía. Inmediatamente se puso en movimiento: la condesa de Monteforte tomó contacto con los jesuitas de Oporto y le prometió pagarle la casa en esta capital; a través de religiosas del Servicio Doméstico de Madrid, encontraba hospedaje en las mismas religiosas de Oporto; los pasaportes los arreglaron como seglares, figurando en la cédula personal como señoras de compañía de doña Carmen Termens; alguna nueva limosna también le vino, de la que envió a Berja una cantidad para pagar el pan. Mas no tardó mucho en surgirle un contratiempo. El Obispo Auxiliar y Vicario General en sede vacante de Granada le había dicho a la madre Trinidad que le esperasen en Madrid donde haría una parada camino de San Sebastián. Una carta comunicaba a la madre Trinidad que el 24 diría la misa a las ocho de la mañana en la parroquia de San Marcos. Allí fue a oír la misa, y, al saludar al Obispo, le dijo que volviera a las siete de la tarde de ese día. Volvió a la hora señalada y al contarle lo tratado en la vista con el señor Nuncio y los preparativos para ir a Portugal, el señor Obispo se extrañó y le dijo que volvieran al Nuncio a insistir sobre la licencia para París, pues él había hablado con él por la mañana del tema. Por obediencia, volvió la madre Trinidad al señor Nuncio, quien no la recibió con la amabilidad de la vez anterior: «El 25 volvimos –dice– al señor Nuncio y nos recibió un poco más serio; nos dijo que el señor Obispo le había hablado de lo que yo deseaba, y se mostró más opuesto, hasta el punto de decirnos: “Si van a la fundación buscando lugar de refugio tienen mi permiso, si es otra cosa, les retiro el permiso… Estoy enterado de todo por el señor Obispo, que dice tiene usted pedido a Roma… y creo no se lo concederán”.»
Esta segunda visita al señor Nuncio desanimó a las compañeras hasta tal punto que la madre Patrocinio con lágrimas le dijo a la madre Trinidad: «Madre, vamos a Berja… ¿no ve lo que nos ha dicho el señor Nuncio?» A lo que la Madre respondió: «Si vuestras caridades quieren irse a Berja, las envío enseguida y yo me voy a Portugal, que creo haber entendido del señor Nuncio nos da permiso en las condiciones indicadas, que deseo cumplir en todo para gloria de Dios»
Después de estas palabras, las dos compañeras se animaron y prometieron seguir el camino donde Dios quisiera llevarlas. El día 31 de julio de 1933 salieron de Madrid para Salamanca, donde recibirían los pasaportes arreglados para pasar a Portugal.