Espiritualidad

CARTA DE MADRE TRINIDAD PARA AYER Y HOY

Carta a las Religiosas. Lisboa, 24 de junio 1943

Paz y Bien

Lisboa, 24 de junio de 1943

Fiesta del santísimo Corpus Christi

¡Nuestra gran Fiesta! ¡Día del Amor!

 

Muy reverendas madres y hermanas carísimas en las entrañas de caridad y amor del Corazón dulcísimo de Jesús camino verdad y vida, y en el de nuestra Inmaculada madre María Santísima, Señora nuestra.

Queriendo llegue esta carta a todos nuestros conventos, presentes y futuros, después de agradecer a Jesucristo, nuestro Señor y Padre misericordiosísimo, la dignación que tuvo al escogernos con un amor y predilección especialísima de su amantísimo Corazón hacia nosotras que nos eligió por sola su misericordia. Quiero agradeceros cuanto por esta causa habéis trabajado tantos años, con tanto fervor y amor de Dios, cooperando con tan ardiente celo a la cooperación de esta obra tan amada del Espíritu Santo, que unidas en espíritu y en un ideal, su amor, nos ha tenido reunidas junto a su sagrario de amor, hasta que llegó la hora de su divina misericordia.

Una cosa voy a pediros por el grande amor que tenéis a Jesús dulcísimo, a su adorable Corazón en la sagrada Eucaristía: “Amaos los unos a los otros, como yo mismo os he amado” (Jn. 13,34; 15,12). Estas palabras dulcísimas del divino Maestro quisiera se grabaran en nuestras almas como dichas a nosotras mismas desde el augusto tabernáculo a quien adoramos y buscamos a cada hora del día para saciar la sed de amor que enciende en nuestras almas en esas horas felices de adoración que cada día y noche ofrecemos en reparación de tantos corazones que le odian y ofenden.

Pues así, hermanas carísimas, quiero pediros de rodillas, y por el Corazón Inmaculado de nuestra madre María Santísima os suplico con todo el amor que ella me da para amaros con entrañas de madre aunque indignísima menor sierva y esclava, os pido y repito os améis de verdad con amor humilde y paciente como Jesús nos amó; que viváis unidas siempre como esposas del que nos mandó amarle como el más grande y mayor de sus mandamientos, y que sus apóstoles y discípulos vivieron con un solo corazón y un espíritu.

Somos suyas, nos quiere y nos pide la imitación perfecta de su vida de víctima, y para cumplir sus mandamientos y su ley bendita nos escogió por sola su misericordia a esta dilectísima vocación eucarística donde tantos años venimos consolándole y haciéndole compañía.

Sí, quiero pediros y repito mis súplicas a vosotras todas mis carísimas madres y hermanas, amaos con la caridad de Jesús y María, nuestra dulce madre, amaros en obras, imitar al divino modelo Jesús, vuestra caridad sin egoísmos, sin quejas, sin murmuración, humilde y obediente como Jesús y María. ¿Con quién habló la santísima Virgen María, nuestra dulce madre, dónde dejó, ni de palabra, ni por escrito las grandes y heroicas virtudes de su vida?… ¡sus ejemplos santísimos!… en el Calvario. ¿A cuánto de aquellos crueles enemigos que daban muerte a su Hijo santísimo se quejó?

Hijas mías, acordaos bien llevar en la memoria y en el corazón las palabras que tantas veces rezamos: “Dios es caridad…” Pues hijas del alma, si somos de Dios y nos consagramos por voto a vivir con él víctimas de amor y reparación, aprendamos bien su doctrina hermosísima y siguiendo fielmente nuestra misión de adoradoras perpetuas de la sagrada Eucaristía, ya sea en el tabernáculo, en el altar, en el sagrario, o en nuestro propio corazón por la sagrada Comunión, tened fe, yo os lo aseguro en nombre de la Santísima Trinidad, que si obedientes y fieles al altísimo compromiso que hemos contraído al abrazarnos con los votos sagrados a este santo Instituto de Clarisas Capuchinas de la Sagrada Eucaristía, seréis selladas en el Cielo con la marca del divino Esposo, su Sangre divina será la vestidura de boda, que las almas víctimas le seguirán con corona de gloria, cercando su trono harán alabanza y adoración en compañía de los ángeles y serafines que le adoran y alaban en el Cielo eternamente.

Únanse, pues, hermanas carísimas, con María, nuestra dulce madre al Corazón eucarístico de Jesús, únanse todas entre sí en espíritu y en verdad, como si fuésemos cada una Jesús víctima, como almas identificadas con él en la santa Eucaristía que cada día nos admite a su mesa, nos alimenta de sí mismo, nos calienta contra su corazón como calienta la gallina bajo las alas su polluelos, nos fortalece, nos enseña, nos consuela y alienta, únanse con él y con su divina Madre, y llenos de fe… con nuestros ojos fijos siempre en Jesús y María, no temáis, caminad llenas de santo orgullo tras él, como le seguían los discípulos atraídos por la fuerza suavísima e irresistible del divino Maestro Jesucristo.

Después de tantos trabajos padecidos por acercarle las almas consagradas a la sagrada Eucaristía, y cuando agotada de años y fuerzas me creo ya cerca de la patria y a las puertas de la eternidad espero a que él me abra la casa de mi Padre celestial, entonces me siento con una fuerza sobrenatural que me obliga a gritar, como el seráfico padre san Francisco decía: “Que el Amor no es amado”.

Yo os repetiría con aquel ardor seráfico que le pido siempre para todas sus hijas. Para seguir al divino Jesús, maestro dulcísimo, hemos de imitar sus ejemplos y cargar con su cruz y caminar tras él por la estrecha senda de la abnegación y la renunciación de nuestro gusto por la humilde obediencia. No nos engañemos, la vida de una clarisa capuchina víctima de Jesús no es vida de satisfacciones y gustos.

Sé que vuestra vida de mortificación y penitencia es gratísima al Corazón eucarístico de Jesús, que espera que vuestro ejemplo atraiga muchas almas generosas que sigan nuestra vida de mortificación, adoración y de víctima; conozco algo vuestras ansias de amor eucarístico y que a imitación del seráfico padre san Francisco, enamoradas de la divina víctima, queréis pagarle sacrificio por sacrificio, amor por amor y vida por vida. Que inmolándose en la cruz crucificadas con él por los santos votos, os sentís ansiosas de reparar con Jesús víctima de amor.

Y con grandes deseos de dar a Jesús almas reparadoras o víctimas de expiación y desagravio, os ruego no dejéis vuestra hora de adoración, que desde el principio, año 1925, venimos practicando con tanto fervor y entusiasmo.

Ya, gracias a su infinita misericordia, la santa Iglesia acaba de aprobarnos nuestro nuevo Instituto y es hora de renovarnos, de empezar con el mismo entusiasmo que el año 1925. Hijas mías, escuchar atentamente a Jesús en el fondo del sagrario, oculto en el sagrado copón como en el sepulcro, pero vivo y glorioso. No oís una voz dulcísima que os dice mostrándonos su Corazón abierto: “Vosotras, dilectísimas, que escogisteis por mi amor la vida de adoración y mortificación, ¿no queréis cumplir lo que falta a mis padecimientos? y conmigo víctima constante inmolada en el altar renaciente todos los días y en el sagrario, siempre para aplacar la justicia de mi Padre pronta a estallar contra el mundo culpable”.

A nosotras, me parecía oír (cuando monseñor H. nos leía el hermoso Decreto de aprobación ejecutado) al divino Maestro desde el fondo del sagrario dirigirnos aquellas palabras de la Sagrada Escritura, sí a nosotras que muchos nos miran con desprecio, pareciéndoles a muchos… que nos hemos apartado de los caminos que marcaron nuestros gloriosos fundadores, padre san Francisco y madre santa Clara, ¡ahora!, cuando nos hemos internado dentro de sus seráficos espíritus y enamorados de la humildad y abnegación que la santa pobreza lleva en sí y con él y sello divino de Jesús en la Eucaristía, y como os digo, el dolor que mi corazón sentía al leer lo nuevo y parecer quedábamos nosotras así… al margen de las antiguas, que van apoyadas con gloria en lo antiguo, el Corazón eucarístico del divino Maestro tiró el velo de estos sentimientos humanos que anidaban en lo más íntimo de mi corazón y nos decía con Isaías: “Los restos de Sión y de Jerusalén vendrán a ser una nación santa y sus nombres serán escritos en el libro de la vida para siempre”. Ahora el Señor, por un soplo de justicia y de misericordia, y por un viento abrasador de amor ardentísimo y predilección amorosísima de su Corazón eucarístico, ha purificado a las hijas de Sión.

Estas hermosísimas palabras que había meditado hace días y que no comprendía por qué mi espíritu aturdido de tantas cosas contrarias oraba con Jesús en Getsemaní y en el Calvario durante algunos años, como una flecha o chispa de fuego me quemó los velos que ocultaban el misterio de amor que la Santísima Trinidad ocultaba en el Corazón Inmaculado de María santísima, nuestra dulcísima madre, esta predilección de amor a nosotras las Clarisas Capuchinas de la Sagrada Eucaristía para estos últimos tiempos, de confusión y de sacrilegios, a nosotras nos reservaba, nos escogía el Señor, de entre mil o sin número de almas santas que se consagran a su santo servicio, escogionos lo más pequeño y miserable para darnos la aprobación el mismo día 31 de octubre de 1942, que el Santo Padre, el Papa Pío XII, consagraba el mundo al Inmaculado Corazón de María. Nos firman la Sagrada Congregación la aprobación después de veinte años o más que tenía pedida al Emmo. Cardenal Arístides Rinaldini y por medio de tantos prelados…

Y hoy nuestro corazón, lleno de la más profunda gratitud, os comunico a todas, rogándoos hermanas carísimas de mi alma, os animéis y llenas de santo entusiasmo, empecemos con fe aquello de la misma Sagrada Escritura: “Bienaventurado aquel que va estudiando en su corazón los caminos de la santidad y entiende sus arcanos yendo detrás de ella como quien sigue su rastro pisando siempre sus huellas”.

En este sentido quiero deciros algo más, que agradezcamos este don inefable de Dios que a nosotras, sus pequeñas adoradoras víctimas de amor y reparación, sus Clarisas Capuchinas de la Sagrada Eucaristía, con sentimientos de profunda humildad, imitando al seráfico padre san Francisco, humildísimo no de apariencia, sino verdadera, íntima, de espíritu y de corazón agradecido, viviendo crucificado con Cristo, moraba más en el cielo que en la tierra.

¡Oh Jesús!… Sin humildad no vendrá a nosotras la virtud del Espíritu Santo, que habita y llena de su amor los corazones humildes como el de nuestro seráfico padre san Francisco, su voluntario abatimiento y su baja estimación, es lo que atrajo a sí aquel torrente de amor y gracias que recibió en la impresión de las sagradas Llagas, que después de siete siglos vive el espíritu de humildad y amor en todos sus hijos.

Tenemos muy frecuentes ejemplos de grandes caídas, donde falta la humildad, mostrándonos la experiencia que donde no hay humildad verdadera, no mora ni está el Espíritu Santo y que allí donde está de asiento la humildad se halla, y que él busca para descansar los corazones humildes y vacíos.

Si pretendemos cumplir con los deberes que nos imponen las sagradas Constituciones, y damos al Corazón eucarístico de Jesús e Inmaculado de María la reparación y amor que nos pide a nosotras las Clarisas Capuchina de la Sagrada Eucaristía, por obligación debemos ser humildes y con nuestra mirada en su Corazón divino aprenderemos a seguirle, si queremos que Jesús descanse en nuestro corazón y sea nuestro ideal la virtud de la humildad que la Santísima Virgen María, nuestra dulce madre, practicó en toda su vida mortal, que mereció esa fecundidad divina que atrajo a sí las mayores gracias.

Pidan al Señor, mis amadas madres y hermanas, que cumplamos fielmente nuestras santas Constituciones como dadas por Dios nuestro Señor, pues su Vicario en la tierra ha bendecido.

Desaparezca ya de nosotros todo cuanto no se conforme para que renovándonos en el fuego eucarístico del Corazón sacramentado de Jesús, nuestro corazón, palabras y obras repitamos con la santa Iglesia en el oficio del santísimo Corpus Christi, a quien adoramos: “Recedant vetera, nova sint omnia, corda, voces et opera”. “Que desaparezca, que se borre, que se quite lo viejo para que todo se renueve el corazón, las palabras y las obras”.

Que así, carísimas hermanas de mi alma, pidan y hagan pedir esta gracia para todas nosotras presentes y futuras, y que junto con Jesús María y José nos presentemos ante el tribunal divino, pudiendo oír al divino Juez Esposo amantísimo de nuestras almas: “Venid benditos de mi Padre…” que por vosotras espero del Señor.

Sor Trinidad del Purísimo Corazón de María.

Causa Madre Trinidad Carreras

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