Literatura

VIDA DE MADRE TRINIDAD PASO A PASO XIII: APROBADA LA ADORACIÓN PERPETUA

Al enterarse la madre Trinidad que el obispo de Almería, don Vicente Casanova y Mazol, había sido nombrado Arzobispo de Granada el 7 de marzo de 1921, renació en ella la esperanza de que el momento de la reforma y de la implantación de la adoración había llegado. Tenía motivos suficientes para pensarlo, pues, como se dijo antes, había manifestado que don Vicente les daría la adoración, y esto lo había dicho en 1905, cuando era un párroco de Madrid y no se hablaba del él para obispo y menos para arzobispo de Granada. A esto se añadía que entre los sacerdotes que la animaban y ayudaban se encontraban don Ricardo Pérez Recha, párroco en Almería y muy allegado al preconizado Arzobispo que lo llevó con él a Granada, y el administrador apostólico en sede vacante de Granada, don Jesús María Reyes. Estos dos sacerdotes anteriormente se habían comprometido a ayudarla y así lo venían haciendo con anterioridad a este nombramiento.

Animada con estas valiosas ayudas y con mucha confianza y fe en el Señor, nada más enterarse de la elección, tomó contacto con el señor Arzobispo y le pidió la reforma y la implantación de la adoración. El preconizado Arzobispo «le contestó afablemente que cuando viniese a Granada y conociera bien el asunto le concedería lo que pedía.»

Don Vicente Casanova tomó posesión de la archidiócesis de Granada el 1 de diciembre de 1921. Muy pronto visitó el convento y estimuló a la madre Trinidad a seguir trabajando para lograr que las capuchinas de San Antón aceptasen la adoración. Pero las dificultades surgieron nuevamente porque las monjas de San Antón seguían pensando que la adoración permanente sería una carga pesada y difícil de sobrellevar, por lo que la madre Trinidad manifestó al señor Arzobispo que el espíritu de la comunidad era bueno y fervoroso pero que no quería innovaciones, y le rogó no tocase allí la reforma por haber fracasado varios intentos y la estremecía turbase la paz sin conseguirlo. El señor Arzobispo respondió a la madre Trinidad: «No tema usted tanto a que se turben, la que se resista y oponga la echamos fuera […] usted ayúdeme, y vamos a hacer unas capuchinas nuevas con la adoración al Santísimo Sacramento que usted desea, según tengo entendido de usted en varias cartas recibidas en Almería.»

Cuando empezaron a trabajar sobre la reforma surgieron dificultades y algunas graves, por lo que el Sr. Arzobispo le dijo: «Hija mía, no es voluntad de Dios se haga fundación por ahora. Vamos a hacer aquí lo que podamos y no piense en otra cosa; ofrezca todos sus deseos al Señor con entero entregamiento de su voluntad en la del Señor, no queriendo otra cosa que su divino querer.» Una vez más quiso ver la madre Trinidad que Dios no quería la reforma, y así también se lo decía su confesor que le mandó no se preocupase de fundación ni hablase de ella. Lo mismo le venían a decir los sacerdotes y religiosos a quienes consultaba; y don Ricardo Pérez Recha, que tanto la venía ayudando desde que llegó con el Arzobispo a Granada, le dijo: «Madre no es voluntad del Señor cuando el Prelado lo prohíbe, no piense usted más en ella, la adoración que usted desea no la quiere el Señor por ahora.»

Sumida en este dolor, se entregó al Señor diciéndole: fiat… Y el Señor vino a ella el 23 de octubre de 1923, estando el Santísimo expuesto por celebrarse el jubileo circular, y se le presentó –dice– «en la cruz desgarrado y lleno de sangre y heridas y me dijo con acento de dolor y amorosa queja: “Y ni mi sangre te mueve a compasión… Tú que tanta me has hecho derramar con tus infidelidades y pecados… ven y bebe en mis llagas… y con esta sangre escribe al Prelado, que él entenderá mi voluntad, es el escogido por mi Corazón para llevar a cabo lo que te vengo pidiendo tantos años: quiero conventos de capuchinas adoradoras que uniendo la oración y adoración a la penitencia y vida de abstracción y recogimiento se consagren a la continua adoración de mi amor sacramentado abandonado en el tabernáculo. ¡Tengo sed de almas!… No cierres la puerta a cuantas soliciten vivir esta vida con verdadero espíritu y amor. Yo seré vuestra custodia y amparo. No temas, yo estaré contigo, siempre que tú perseveres unida a mi voluntad y abismada en el conocimiento de tu nada y a mí sólo atribuyas todo lo bueno y grande que quiero hacer con vosotras desde el momento que os consagréis a reparar y adorarme en la sagrada Eucaristía en espíritu de víctimas con verdadero amor y sacrificio voluntario de abnegación”.»

«Salí –sigue diciendo– decidida a escribir al señor Arzobispo lo que me pareció quería el Señor manifestado tantas veces y de tan distintas maneras, pero aquel día me comunicó un valor y decisión, que sin consultar a nadie quería hacerle una manifestación humilde y sencilla al señor Arzobispo, segura que él me haría ver la voluntad de Dios; y si todo era ilusión me resignaría a obedecer sin volver a ocuparme más de adoración ni en el convento ni en fundaciones.»

Escribió la carta y cuando se la daba a don Ricardo Pérez Recha para que la trasmitiese al señor Arzobispo, éste se presentó y se ofreció a ayudarle en sus deseos siempre que conociera en ellos la voluntad de Dios y le dijo: «No es necesario me dé la carta ya he contestado a ella. Ahora usted escriba las Constituciones que le parezca debe abrazar la comunidad, caso que veamos se puede implantar aquí la adoración, y yo las estudiaré.

Obedeciendo lo mandado, la madre Trinidad escribió las Constituciones, o mejor dicho, las adiciones a las Constituciones en orden a la reforma capuchina con la implantación de la adoración perpetua. Pocos días después el señor Arzobispo le ordenó le enviara una solicitud pidiendo a Roma la adoración. Con esto volvió una vez más la inquietud a algunas monjas que no querían esta carga, y todo quedó en suspenso. Por fin, el señor Arzobispo determinó que la adoración se implantaría en una nueva fundación, en la ermita de la Virgen de los Dolores, vulgarmente llamada del Espino o Pincho, de Chauchina.

Para iniciar las obras del futuro convento contaba con la cantidad de 10.000 pesetas que le habían entregado don Antonio Martínez Vitoria y su esposa doña Juana Vargas, quienes después serían los grandes benefactores de este humilde y primer convento fundado por la madre Trinidad. A esta cantidad inicial se añadieron las 25.000 pesetas que había dejado la condesa de Padul con la finalidad de que se empleasen en una fundación y otros donativos que fueron llegando.

Continuará…

Causa Madre Trinidad Carreras

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