¡Así mi seráfico padre san Francisco! hicisteis sentir en mi pobre alma cuando por primera vez confiaba a mi cuidado (el Sr. Arzobispo), representante de Dios en la tierra, aquella amada comunidad de Capuchinas de Jesús María, Desierto de Penitencia (San Antón) Granada. El 16 de julio de 1908. Aquel día memorable, confundida en mi propia nada, no acertaba a entender aquel misterio, la última de todas… sin edad canónica, superiora de mis (superioras y) abadesas y maestras, y de tantas venerables y santas religiosas!… Una niña sin experiencia, sin virtud y sin dotes para ocupar, no ya el cargo de abadesa, ni aun el de humilde lega (para lo que siempre tuve vocación, pedí y supliqué sin lograrlo nunca).

Espantada, confusa y llena de asombro, me sentía bajo un peso que me inutilizaba, y como una demente, entraba y salía en el coro bajo, y acercándome a la reja le decía a nuestro Señor, unas veces callando y otras recio (cuando me veía sola): pero ¡Jesús mío!, ¿qué has hecho conmigo? ¡No habíamos convenido los dos el vivir siempre contigo, escondida en tus llagas y clavada contigo en la cruz de las humillaciones y desprecios!… Una de las veces que oraba con más dolor e intensidad salió como del sagrario un rayo de luz… y me pareció oír una voz dulcísima que me decía: “¿No me has pedido siempre desde que me consagraste tu corazón que te dé a gustar de los frutos de mi cruz?… Ahora te he sentado a la sombra de mi cruz… A ti te toca ahora comerlos con delicia y saciad tu sed de amor. Ahora conoceré si me amas… Dame almas que me adoren en este Sacramento de mi amor y nunca te faltaré yo. Aunque todos te abandonen y desprecien, yo seré tu fortaleza y ayuda. Sedme fiel y confía en mi amor para ti, que te sigue desde que fuiste formada, desde entonces mi protección y amorosa providencia velaba por ti y por la madre que había de enseñarte a amarme con todas las fuerzas de tu corazón y de tu alma”.

Aquella voz que me pareció salía del fondo del sagrario, volvió la paz y el consuelo a mi alma… Veía delante de mí los años que venía enamorada de la cruz, de los desprecios y humillaciones que nunca me veía satisfecha por grandes que fueran… Había el Señor infundido en mí una fe y amor tan grande, que viéndole muerto en la cruz y encerrado tantos siglos en el sagrario, todas las penas me parecían nada en comparación de lo que un corazón amante desea sufrir por su amor; y sólo el corazón de mi seráfico padre san Francisco era el único que me explicaba las ansias de amar y sufrir… ¿Porqué no imprimes en mi alma las llagas que Jesús abrió en tu cuerpo en el monte Alvernia?… Hiéreme Seráfico Padre con aquel dardo de amor que te hacía exclamar: ¡El Amor no es amado!… Y ese eco divino de amor que ardía en tu pecho, que repercuta y encienda en amores eucarísticos los corazones de las hijas todas, las que han sido llamadas a la vida de víctimas de tu Amor Sacramentado, que quiero hoy unirlas a ti y que todas las que por especial vocación quieran ser Capuchinas Eucarísticas, sobre las cuales tiene vuestro Corazón especial predilección y amor.

“Muchos serán los trabajos y penas que has de soportar en este destierro, pero nada te ha de negar mi Corazón de cuanto me pides en favor de mis víctimas, mientras ellas sean fieles para corresponder a mi amor; siendo amantes de mi cruz habrán comprendido la santidad de vida; quiero de ellas para que reparen y expíen los enormes pecados del mundo que constantemente provocan la ira de mi Eterno Padre que ha de enviar terribles castigos si (como en otro tiempo a Abrahán) no os ofrecéis víctimas que con adoraciones y penitencia calmen la divina justicia. A esto os invita nuevamente mi Corazón enamorado de los hombres, a que os consagréis por completo a orar, amar y reparar, y si perseveráis en oración y súplica, alcanzaréis el perdón y la misericordia para el mundo ingrato y ciego”.

20 de marzo 1931. Voz de Jesús: “Quiero víctimas que se inmolen en continuos sacrificios y amor como pequeñas hostias, unidas a la Hostia Santa que cada día ofrece el Sacerdote a mi Eterno Padre, en reparación y amor en la santa Eucaristía”.

El noviciado de las Capuchinas Eucarísticas debe ser uno. Sólo en el caso de ser mucho el número de casas y vocaciones, y entonces el Consejo con la Madre General definirán dónde y cómo convendría establecer otro en todo iguales, de tal manera que en la formación del espíritu no se encuentren discrepancias.

La Madre Maestra.

Causa Madre Trinidad Carreras

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