Son muchos los elementos a través de los que Madre Trinidad se hace presente cada día, pues una vida como la suya es imposible que no deje un rastro evidente. Acercarse a su legado por medio de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios permite ver cómo estas religiosas, en distintos y alejados puntos del planeta, continúan destilando mucho del carisma de la Madre a través de sus obras, siendo ellas mismas presencia viva de Trinidad Carreras.

Adentrándonos en los escritos de esta mujer, podemos observar que esto no es una casualidad. Darse, entregar la propia vida, es una constante en Madre Trinidad, tanto en sus palabras como en su forma de vivir. Toda su existencia terrena se presenta en ella como un sacrificio a los pies de su esposo místico, Jesús. Leer las miles de páginas redactadas desde su salida de San Antón hasta sus últimos días dejan claro lo que casi a modo de mantra se repite en numerosísimas ocasiones, que no es otra cosa que la entrega, el sacrificio por una causa mayor y ajena a las necesidades personales.

En Madre Trinidad, esa entrega es reflejo de una confianza plena en la voluntad de Dios, de una fe inmensa que se deja entrever ya desde los años de la infancia. Cabría recordar aquí cuando, junto a su hermana, en el internado del convento de Santa Inés de Granada, ofrece oraciones y sacrificios con la tierna esperanza de que, como ocurría en las vidas de santos que ella leía de niña y emulando a San Estanislao, pudiese devolver a la vida terrena a su propia madre.

El episodio al que nos acabamos de referir es, sin duda, premonitorio de lo que será una vida de darse en sacrificio de, usando palabras de la propia Madre Trinidad, inmolarse, de ser víctimas de Jesús junto al altar. La petición de dar la vida puede ser entendida, y sin duda así la entendía ella, como una forma de referirse a la entrada en la vida religiosa y más aún a la entrada en una vida religiosa con las características de aquellos tiempos: dar la vida en su sentido más amplio buscando, a través de la oración, el bien ajeno y la glorificación de Dios. A esta expresión, sin duda cargada de hondura cuando es expresada por boca de Trinidad Carreras, bien podría achacársele el ser un mero formulismo propio de una monja. No obstante, Madre Trinidad no la usa nunca con vaguedad, sino que la utiliza en ocasiones y cuestiones concretas. Así lo reconoce ella misma cuando se refiere en los siguientes términos a su salida de San Antón.

«Cuando nos lanzamos a la obra y subimos al altar del sacrificio, me inmoló el señor haciéndome arrancar de San Antón, cuando allí todo me florecía; sacrifiqué con alegría aquel trono».

Con el paso del tiempo, el sacrificio al que se siente llamada irá tomando tintes más concretos y, en ocasiones, angustiosos. La situación política de España desde la llegada de la Segunda República preocupaba a Madre Trinidad. Ella veía con tristeza la conflictividad social que se dio en aquel momento de la historia y fue, como es natural, especialmente sensible a las noticias que le llegan de los sufrimientos que en aquel momento se infligieron a miembros de la Iglesia española. Esa preocupación le llevará de nuevo a sacrificarse en busca de nuevos horizontes para el instituto por ella fundado. Viajes, nuevas fundaciones, lucha interior contra el deseo de permanecer tranquila en Berja y contra los problemas de salud que la aquejaban y, en ocasiones, mortificaban. Todo ello no es sino un preparativo de lo que está por venir y a lo que ella y sus hijas deberían enfrentarse: la posibilidad de un sacrificio de sangre una vez comenzada la Guerra Civil en España. En esas semanas de incertidumbre ante los primeros compases de la guerra, Madre Trinidad escribía, segura del carisma y de la vocación de sus hijas, no dudar que ante la prueba evidente que se les planteaba, con riesgo cierto para sus vidas, ellas no dejarían de “ir fieles al martirio antes que vacilar un momento”.

Son muchos, como decimos, los momentos en que Madre Trinidad manifestaba su intención de “inmolarse”, de llevar una vida de sacrificio y de pedírselo a sus hijas. Apenas hemos nombrado un par de ejemplos sobre esto, aunque sin duda basta acercarse un poco a sus escritos para apreciar este elemento que destaca. Sin embargo, no nos gustaría terminar sin resaltar algo que nos parece capital. El sacrificio al que se entrega Madre Trinidad es fruto de la confianza, de la fe. No es en absoluto lanzarse en los brazos de lo desconocido, al menos no para ella. Madre Trinidad promete a quien la siga en ese martirio lo que ella tiene clarísimo y la empuja en todo su recorrido vital: la promesa de encontrarse con Jesús. Cada sufrimiento, grande o pequeño, la hacen sentirse más cerca de ello, más cierta de que el encuentro con Cristo en la adoración cobrará otro sentido tras la muerte. El sacrificio en Madre Trinidad es el camino de la salvación a través de la fe.

Guillermo Burgos Lejonagoitia – Doctor en Historia

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