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Literatura

El Señor la conducía por una senda escabrosísima

Durante el trienio que corre de 1916 a 1919 ocurrieron dos sucesos que vale la pena destacar. De un lado durante los primeros meses de 1916 cuando sor Trinidad era objeto de calumnias y ataques encaminados a echarla del convento, tuvo una experiencia reconfortante, pues mientras estaba en adoración en la tribuna de san José ―quedó privada de sentido por unos minutos y vio claramente cómo el Señor la conducía por una senda escabrosísima a un campo espacioso en el que se levantaba un trono de adoración, rodeado de una comunidad capuchina. Esta vivencia iluminadora fue para la madre Trinidad una señal clara de que la hora de su partida de esa comunidad llegaría en un futuro próximo, así lo refiere ella misma, quedé ―convencida de ser revelación de Dios que no era en aquel convento donde el Señor quería la adoración, sino en aquel donde le mostraba, siendo consagrado a su madre la Santísima Virgen. Para la madre Trinidad no era fácil desarraigarse de esa comunidad amada y querida, donde llevaba viviendo 23 años. No había porque extrañarse, puesto que ella sabía que vivir el camino de la fe es algo exigente, que supone negación de sí mismo, seguimiento de Jesús y acogida de la cruz: ―El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga‖ (Mc 8,34). Desde Abraham hasta Jesús, y de Jesús a cualquiera de nosotros, siempre estamos invitados a ponernos de pie, a marchar hacia la tierra de la esperanza, acerca de la cual, no sabemos ni dónde, ni cuando podremos pisarla. Abraham sufrió al dejar la tierra de sus padres en Ur; Jesús debió sufrir también al abandonar Nazaret, para irse a buscar la voluntad de Dios por los rumbos del lago de Galilea. Y así podemos enlistar tantos caminos de peregrinaje en la historia de la espiritualidad cristiana, Pablo abandona Tarso, y donde menos lo espera, en el camino de Damasco, se encuentra con Jesús; Francisco marcha a la guerra, regresa derrotado y en la iglesia derruida de Monte Albernia se encuentra con Jesús. Durante el período de abadesa de la madre Aurora de Jesús Duran, la madre Trinidad se entusiasmó de repente porque creyó que había encontrado una puerta abierta, imaginó que había llegado finalmente la hora de su partida. La razón de su alegría provino cuando de repente surgió la posibilidad de realizar una fundación de capuchinas con el apoyo de la condesa de Padul. Los recursos económicos estaban disponibles para sostener una comunidad de 25 monjas, su confesor el padre Cuenca, le animaba a aceptar la oferta, pero la madre Trinidad, advirtió en una especie de visión que, san Francisco la reprendía por encandilarse con ese ofrecimiento lleno de seguridades humanas y de riqueza. La última palabra vino del arzobispo, quien escuchando el parecer de las monjas de san Antón, que no estaban de acuerdo que sor Trinidad saliera a realizar la fundación, se lo comunicó a los donadores y el proyecto terminó, como en otras ocasiones, en puras ilusiones.

(Sor Trinidad: “Yo querría un amor tan grande como el mío, ¡que no me olvidara nunca!”. Autor: Carlos Maciel del Río)

Causa Madre Trinidad Carreras

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