FOTO: Imagen de Santa Clara de Madre Trinidad.

Santa Clara, es una figura principal en el escenario de la vida de Madre Trinidad. Recordemos sus primeros años como formanda, que transcurren en un monasterio de clarisas de Granada (Santa Inés). Al mismo ideal franciscano regresa, una vez decide su vocación como Capuchina en el monasterio de San Antón de la misma ciudad de Granada. Bien, hasta aquí, Santa Clara y su ejemplo no se han separado de la Madre. Pero no lo hará y estará en el meollo de los grandes acontecimientos que configurarán la historia de la congregación.

En 1924, en el Artículo III muestra su preocupación por aunar en la misma intención dos cosas. Una, la principal: los deseos que Dios inspiraba en ella de adoración perpetua y de la educación de niñas. El segundo y no menos importante: encontrar un punto común con la Regla de Santa Clara, Regla que profesaba como Capuchina. La fidelidad a la misma abre ante ella un océano de nuevas interpretaciones de esa Regla a la luz de los tiempos y de la inspiración del Espíritu Santo:

“Rogando con repetidas instancias al Señor nos manifestara su voluntad santísima, estaba al pie de la cruz y bajo el amparo de la divina Madre de Jesús, y pedía y sentía mi alma deseo de ser ilustrada, y abriendo la vida de la seráfica madre santa Clara, y a la primera vista encontré, en el capítulo VII de su vida, cuando el padre san Francisco encomendó el cuidado e instrucción a las nuevas hijas, de cuyo fervoroso celo fiaba la observancia de la Regla”.

En el séptimo aniversario de la fundación de la Orden, Dios aprovecha para recordar a Madre Trinidad sus planes de fundación. Está aún en San Antón y la situación a su alrededor no es especialmente halagüeña. Estos planes van clarificándose a medida que la Madre se abre al soplo del Espíritu e interpreta cada acontecimiento, hasta el más mínimo detalle, a la luz de Dios. Lo describe así:

“Hacía cinco años, que muy parecido a esta visión le manifestó el Señor su voluntad en la noche del 19 al 20 de marzo que se celebraba con gran solemnidad el Centenario (VII) de la fundación de la madre santa Clara. En ninguna de las dos ocasiones pude entender cuál era el sitio destinado por la Divina Providencia para levantar el trono de adoración a Jesús Sacramentado. Mi confesor y director me humillaba mucho creyéndome ilusa, lo mejor que podía pensar de mí. Después de esta segunda visión el director empezó a creer, fuese voluntad del Señor ayudase eficazmente a mi alma, porque llevaba tiempo de sentir en el santo sacrificio de la Misa un fervor extraordinario, y entendía que la Divina Providencia le confiaba esta obra de adoración y desde entonces no perdonó sacrificio por ayudarnos y así estuvimos con grandes luchas y dificultades hasta el año 22, que vino de arzobispo de Granada el Sr. Obispo de Almería, D. Vicente Casanova y Marzol.

Ya con el Señor Obispo apoyándola al cien por cien, podría vislumbrar algo más claro el camino y, sobre todo, pedir consejo.

Siente que Santa Clara, es una de las más interesadas en la empresa fundacional, que ella misma guía su mano y la ayuda a redactar todo el papeleo burocrático común a la fundación de cualquier convento u obra de la Iglesia:

“Aprovechando todo el tiempo libre escribí cuanto sentía, y me pareció que mi madre santa Clara llevaba mi pluma y decía más de lo que pensaba”.

La considera verdadera Madre de la obra que nace:

¡Nada le turba ni la inquieta, lo espera todo de Dios, y todo lo acepta de su mano! Pero para recibir esta superabundancia de gracias que las almas (humildes) víctimas reciben, es preciso ser humildes y pequeñas de verdad como lo fue el seráfico padre san Francisco y madre santa Clara.

La tiene presente, es consciente de la “diocidencia” que supone Santa Clara en su vida como cabeza del nuevo Instituto:

Trece años hacía que esta fundación nació en el centenario de la Regla de santa Clara en el convento de San Antón en la noche del 18 al 19 de marzo, manifestada la voluntad del Señor con singulares muestras…».

Con las cosas claras, una vez divisado el objetivo y resueltas a la fundación de Chauchina, con el convento a medio hacer y toda la fuerza de Jesús, escoge otra fecha relacionada con Santa Clara para partir de la casa fundadora hacia los nuevos horizontes de amor y adoración:

“Habían terminado la iglesia y una parte de convento, suficiente para establecer la comunidad (de 18 religiosas cabrían), dormitorio, celdas, coros, refectorio, cocina, torno, locutorio y confesonario. Todo pequeño, pero muy bien dispuesto. Era el mes de marzo de 1925 y todas verían con gusto que el 19 al 20, día del patriarca san José, y aniversario de la consagración a Dios en la catedral de Asís de la madre santa Clara y fundación de la Orden, entrasen en la nueva fundación y convento las 12 religiosas que estaban designadas para la nueva fundación”.

En la nueva casa, persiste y se ocupa de que continúe el culto a la seráfica fundadora:

“… privadamente hicimos el mes a la seráfica madre santa Clara, y la novena que empezamos el tres, solemnemente con exposición mayor todos los días y función que predicó el Sr. D. José López, catedrático del seminario, acudiendo casi todo el pueblo por el amor a la Santísima Virgen y a la comunidad”.

Y, sobre todo, como colofón y espaldarazo a la obra que la trae ocupada, sabe que ella misma, o sea Santa Clara de Asís, alimenta esos deseos de adoración continua y reparación ante Jesús Hostia:

“Así, mis buenas hermanas, debemos pedir siempre con espíritu de amor entregado y generoso, y nuestros deseos de santidad serán cumplidos, con las gracias que alcanzó el seráfico padre san Francisco para él y sus hijos, especialmente su primogénita nuestra amantísima madre santa Clara que, con la custodia en la mano, como ninguna otra santa, nos dice a sus hijas: «Venid y adorarle que Él será vuestro amparo y defensa».

En Roma, el 22 de noviembre, en la fiesta de santa Cecilia de 1935, la Madre, que está en la Ciudad Eterna allanando el camino para que el nuevo Instituto crezca lozano en el jardín de la Iglesia, escribe a sus hijas de Berja y Chauchina su experiencia mística del día anterior en el monasterio de Clarisas de Asís:

“¡Cuántas cosas querría decirles en estas pobres letras, después de las grandes impresiones y consuelos que me concedió el Señor! … (está entre los permisos que el Nuncio debe darle por escrito y el debate interno de abrir la experiencia fundacional a algo nuevo en la Iglesia) …

¡Hacía mucho frío! … Lloviznaba y al fin subiendo pendientes llegamos a la explanada donde está el monasterio e iglesia de la madre santa Clara, llegamos y aquellas buenas hermanas nos enseñaron todas las reliquias que conservan primorosamente … El alba que hizo nuestra santa Madre al padre san Francisco. ¡Tantas … cosas! que nos llenaba de devoción. Después bajamos a la cripta o urna donde está el cuerpo de la santa Clara y allí ¡quedé frita, como las mariposillas que se acercan a la luz! ¡Parece que nuestro Señor me preparaba en esta visita algo que no comprendía! Pero sin duda mi cobardía y desalientos parece me curó el Señor hablándonos por nuestra madre bendita santa Clara ¡tan íntimamente como si me encontrase con Ella! Mi madre y maestra y yo, arrodillada, recibía sus órdenes terminantes, y como fuera de mí no podía ni moverme de junto a ella, que llenaba de luz y de fortaleza, a mi pobre alma tan angustiada y abatida … Madrecita mía tan amada, querría expresarle lo que pasó por mí, y no puedo. La pobre compañera sufrió mucho conmigo, me pedía fuésemos a san Damián, que yo tanto deseaba, y a nuestra Señora de los Ángeles … pero no podía moverme, quedé en aquella comunicación íntima que me concedió el Señor misericordiosísimamente, poniéndome en comunicación íntima (como si dijera) personal con mi seráfica madre santa Clara (como si hablase con ella en el siglo trece … ), que no quedé para nada … Sor Teresa salía y entraba en la iglesia molesta (madre vamos de aquí a san Damián, esto ya lo hemos visto … y yo inmóvil le decía, hija no puedo moverme, estoy enferma), pues no sabía que el cuerpo tan débil y miserable no resistía las emociones y gracias sobrenaturales … y sufría porque no podía decir lo que me pasaba».

Lo contará luego, pero a los pies del sepulcro de Santa Clara, divisa nítida la voluntad de Dios. Hasta entonces, las casas, eran verdaderos monasterios. No se diferenciaban mucho de San Antón. Eran monjas contemplativas y lo de la educación de niñas dentro de la clausura era una novedad que respondía a las inspiraciones del Espíritu Santo, tanto, como la estructura jerárquica que se iba dando a sus fundaciones, más parecida a la de una congregación activa que a un monasterio, pues tenían superiora común, que hacía las veces de madre general. El dilema era, evolucionar hacia una Congregación de vida activa con carácter y fisionomía propios, o adaptar los odres a las inspiraciones que de Dios recibía. Ganó el Espíritu Santo y Santa Clara fue un instrumento eficaz para arrancar de la Madre un “FIAT” claro y duradero. Evolucionarían, cogidas de la mano de Jesús.

Existen más 140 citas sobre Santa Clara en sus escritos, por ahora os dejamos con una oración, compuesta por Madre Trinidad, en la fiesta de la seráfica de Asís del año 1938, que reflejan su disposición interior, sus anhelos…:

“¡Dios mío y Señor mío! Os amo, concederme amaros con tal intensidad que muera en un acto de amor, que purifique y consuma todas mis miserias…».

A.D.

Causa Madre Trinidad Carreras

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