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Corría el año 1898, concretamente el mes de septiembre cuando Sor Trinidad, a un año escaso de profesar como capuchina en el convento de S. Antón de Granada cayó enferma, con una infección en un pie, que requirió curas diarias por parte del médico. Tal y como lo cuenta M. Trinidad, alguna de las hermanas ancianas que vivían con ella le llevó un rosario “tocado” a la Inmaculada Concepción, que decían hacía muchos milagros y aunque no sintió gran devoción, ella misma confiesa: “al ponérmelo, sentí gran alivio y aquella noche no tuve fiebre”1 Sin embargo, sí tuvo una visión que podríamos considerar como una primera inspiración sobre la llamada a la educación, aunque alejada en el tiempo, y por supuesto fuera de cualquier sospecha de Sor Trinidad.

La visión relatada por la propia Sor Trinidad fue la siguiente: “Me pareció ver en una plaza espléndida, que llevaban en procesión la sagrada imagen de la Inmaculada de las siete Fundadoras que repartían aquellos rosarios a cuantos enfermos y devotos los pedían. Yo quise entrar, con otras muchísimas personas en aquella cerca custodiada por los ángeles y no me dejaban pasar. Pero un venerable anciano, de aspecto devotísimo cogió a varias niñas pequeñas y pobres y me decía, entre con ellas y la Santísima Virgen le dará sus gracias, y al acercarle aquellas cinco niñas pobres, la Santísima Virgen, abriendo sus purísimas manos, me entregó una porción de rosarios y parecía decirme: dale a las niñas que recojas en mi nombre estos rosarios y yo les alcanzaré todas las gracias que por ellos me pidan de mi Hijo Santísimo, y cuantos los lleven no morirán en pecado, repitiéndome las mismas promesas que a la venerable M. Concepción.”2

Madre Trinidad no entiende el significado de este sueño, sin embargo sospecha que Dios quiere decirle algo y se encomienda al santo del día para que le descubra el significado. “Y estando rezando maitines de San José de Cupertina (18 de septiembre) me pareció verlo al lado de mi cama diciéndome: no es sueño lo que viste anoche, la Santísima Virgen quiere recojas las almas abandonadas y pobres y las acerques a la Sagrada Eucaristía, para ello sírvete del santo Rosario que la Señora le daba para que sea el anzuelo y cadena con que las prendas a Jesús Sacramentado en donde la Madre Purísima le alcanzará la gracia de preservarlas del pecado.”3

Esta visión quedó profundamente grabada en Madre Trinidad que no sabía cómo podía poner en práctica este mandato y como ella misma cuenta se dedicó a enviar grandes cantidades de rosarios a la madre París, adoratriz, para que los repartiera entre las niñas abandonadas.

Pasaron varios años antes de que Sor Trinidad volviera a plantearse esta misión. Corrían ya los primeros años del siglo XX y ya no era una jovencita acabada de profesar, sino que gracias a su profunda espiritualidad que se traducía en el trato y en las obras, gozaba de gran reconocimiento entre sus hermanas y también entre los amigos seglares de la comunidad. Tanto era así que tuvo que asumir el cargo de abadesa desde 1908 a 1915, año en que tuvo que dejarlo por razones de salud.

Durante estos años vio la necesidad de pedir alguna reforma para la regla de las capuchinas de S. Antón, el tener una madre general para todas las capuchinas, que sea quien asigne el cargo de abadesa en las comunidades, y evitar así el que las monjas tuvieran que elegirse entre ellas, con los inconvenientes que esto suponía. También luchó por implantar la adoración perpetua en la comunidad, entendiendo que esto era lo que Jesús le pedía. M. Trinidad no menciona vocación educativa, pero existe un texto sin fecha titulado “Cartas recomendaticias del Sr. Cardenal”, escrito con posterioridad al 1923 en el que transcribe una carta del Cardenal Merry del Val y que dice lo siguiente: “En el año 1923 se erigió un convento en chauchina de religiosas del convento de capuchinas de Granada…(…) Dichas religiosas miran particularmente a procurar buena educación religiosa y social a las niñas de la clase pobre y abandonada, con especialidad, y preparan a las que llamadas por vocación especial del Señor a las misiones de África y Oceanía. Hna. Irene Labraga López

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