Cada cual tiene su fin, su misión o vocación especial”.

¡Hola! Si has llegado hasta aquí, te pido que me acompañes hasta el final. Vamos a vivir un viaje especial desde la ensoñación, producido por un accidente. Sí, sí, como estás leyendo. Mi nombre es Martina, trabajo desde hace unos pocos meses en el colegio Madre de Dios en Madrid, pero llevo aquí toda la vida. Fui alumna desde el comienzo de mi educación hasta el día de hoy, que soy profesora de infantil. No os confundáis, no soy religiosa de las Esclavas de la Santísima Eucaristía, aunque me haya criado con ellas desde mi infancia. Soy una persona a la que le gusta hacer bien su trabajo, creativa y con mucha imaginación, que falta hace para dedicarte a los más pequeños. Tengo tres madres, sí, suena raro, pero es más sencillo de lo que parece que son: mi madre biológica, Carmen, la Santísima Virgen y Madre Trinidad Carreras. Esta última, si no lo sabes, fue la fundadora de la Congregación de religiosas de la que antes te hablaba. Con tan solo 4 o 5 años de edad, ya me contaban la vida e historias que vivió Madre Trinidad, siendo muy importante hasta hoy. Cuentos, juegos, la celebración del día de su cumpleaños, todo giraba alrededor de esta querida figura que tanto cariño cogí, de la que tanto aprendí y aprendo. Hace mucho, con mi grupo de amigos del cole, jugábamos a aventuras inventadas con la vida de Madre Trinidad como fondo de todo, nos hacíamos llamar “La cuadrilla maravilla” ¡Lo pasábamos genial!.

Una tarde en la que todo el mundo ya se había marchado de clase, me dispuse a recoger el aula, tenía algunas cajas que debía llevar a otra habitación, las amontoné y como no pesaban demasiado, decidí llevarme tres de golpe. No tenía la mejor visibilidad del mundo, la verdad, pero me conocía tan bien las instalaciones, que podría ir con los ojos cerrados a cualquier parte. ¡Si supierais, en que lugares he estado escondida mientras jugaba de pequeña…! El punto donde quería ir estaba muy cerca, salí de la clase con mis bultos y casi por intuición y sin prisa, iba dando un paso y otro paso. Sentí algo en la suela de mi zapato, un objeto que hizo se doblara mi tobillo y perdiera el equilibrio, haciendo mover las cajas que soportaba. Cuando me quise dar cuenta, estaba suspendida en el aire, había pisado una pelota pequeña de goma y estaba a centímetros de caer al suelo. En esos microsegundos, que parecían una secuencia en cámara superlenta, vi a mi izquierda sobre la pared, un retrato de Madre Trinidad que parecía mirarme y decir: ¡Ay hija!

Las cajas salieron disparadas vertiéndose su contenido, la pelota amarilla botó perdiéndose de mi vista, mi tobillo crujió como el que parte un macarrón con dos dedos, y mi mirada fija en los ojos del cuadro, sabiendo cuál sería el final de todo este suceso. Una caída monumental, como mínimo, con un esguince y varios traumatismos sin importancia, que me tendrían fuera de juego por lo menos dos semanas. ¡Pero eso no podía ser! Para esa fecha, me había comprometido con mis niños a llevarles al Museo de Ciencias, ¡Estaban muy ilusionados con ver huesos de dinosaurios! Pero volvamos a la acción…

Nos habíamos quedado con mi cuerpo suspendido en el aire, a poco de darme un buen golpe, y con mis ojos puestos en aquel retrato que tantas veces había visto. Con una de mis manos intenté sujetarme sin éxito donde fuera, mi espalda fue hacia atrás y la cabeza se dio contra el suelo. Una vez allí e inmóvil, con el cuadro como único objeto a la vista y con un hilillo de voz muy suave, intenté dar un grito de alarma para que alguna persona me socorriera, pero fue infructuoso. Mientras, mis ojos se cerraban y lo único que escuché fue mi sutil y debilitada voz que exclamaba: ¡Ay Madre!

Todo se volvió oscuro, un zumbido se había instalado en mi cabeza y al abrir los ojos, me encontraba de noche en un bosque lleno de vegetación. ¿Dónde estoy? Miré mis manos, piernas, pies, ¿Y estos zapatos tan antiguos? ¿Y esta ropa? Me puse un poco nerviosa porque no entendía nada, solo me preocupaba volver al colegio para llevar a los peques de excursión. Me levanté y oteando a mi alrededor me resultaba todo desconocido, no veía a nadie, excepto una pequeñísima luz muy tenue que se aproximaba a mí. Cuando ya estaba muy cerca di un paso atrás, la luz que era ahora más brillante se movió rápidamente delante de mi cara, pude ver que se trataba de una luciérnaga. Muy veloz, se apartaba y se acercaba como si quisiera comunicarse conmigo, y de la misma forma emprendió un vuelo hacia una dirección concreta. Instintivamente, me puse a perseguir a aquel pequeño insecto como si fuera Alicia en el país de las maravillas, corriendo tras el conejo blanco. ¿Dónde iría? Y lo que es más importante. ¿Dónde me encuentro? ¿Qué está sucediendo? ¡Ay Madre!

Causa Madre Trinidad Carreras

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