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En la familia de las Esclavas de la Eucaristía y de la Madre de Dios, la adoración al Santísimo no es solo un estilo espiritual: es un voto que configura nuestra identidad, ordena la jornada y orienta el apostolado. Madre Trinidad del Purísimo Corazón de María lo quiso así desde el inicio: que cada comunidad fuera un sagrario abierto, donde la adoración prolonga la Misa y las hermanas se ofrezcan como víctimas de amor y reparación.

Mientras la mayoría de institutos profesan los tres votos clásicos, nosotras añadimos el Voto de Adoración al Santísimo Sacramento. No es un matiz devocional, sino un vínculo estable que nos compromete a dar a Cristo-Eucaristía el primer lugar, de modo que la liturgia celebrada se convierte en vida ofrecida.

Madre Trinidad discernió esta gracia como voluntad de Dios para el Instituto. La adoración, vivida “por voto”, pasó de ser práctica fervorosa a convertirse en ley de vida: una forma concreta de pertenecer a Cristo y de servir a la Iglesia desde el Sagrario.

Adorar no es solo estar, sino ofrecerse con Jesús Víctima. Por eso, el Voto de Adoración atraviesa y unifica pobreza, castidad y obediencia: todo se ordena a una “verdadera adoración en espíritu y en verdad”, donde la voluntad se rinde amorosamente a la del Padre.

  • Exposición del Santísimo cotidiana (y, cuando es posible, nocturna).

  • Turnos de adoración que sostienen el corazón orante de la comunidad.

  • Ritmo eucarístico que impulsa el trabajo y la misión: la escuela, la catequesis, el servicio humilde… todo nace y vuelve al altar.

El carisma es eucarístico, mariano y franciscano. La adoración no nos aparta de los niños y de los pobres; al contrario, nos envía. La fuerza apostólica brota del Sagrario: educar, acompañar, consolar y formar corazones eucarísticos.

Pocos institutos han recibido por carisma un voto específico de adoración. Precisamente por su singularidad, este voto custodia el centro: que Cristo Eucaristía sea amado, conocido y adorado. De ahí florecen la alegría, la reparación, la unidad fraterna y la fecundidad apostólica.

En tiempos de prisa y dispersión, el Voto de Adoración recuerda a la Iglesia que la adoración es misión. Desde el Sagrario aprendemos la niñez espiritual, la obediencia confiada, la pobreza luminosa y la castidad oblativa. Todo para que Jesús-Hostia sea el corazón latiente de nuestras casas y de nuestro servicio.

Causa Madre Trinidad Carreras

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