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Testimonio sobre Madre Trinidad: humildad y fe vivida.

En este valioso testimonio, Mons. Giuseppe Di Meglio —destacado miembro de la Curia romana— comparte su profundo encuentro personal con Madre Trinidad, fundadora de las Hermanas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios. Sus palabras nos permiten vislumbrar el impacto de una mujer marcada por la sencillez, la humildad y una fe vivida con autenticidad. Un relato que no solo conmueve, sino que revela cómo la verdadera entrega a Dios transforma vidas y deja huella.

La Fundadora de las Hermanas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios está entre las figuras religiosas que han dejado una mayor impresión de admiración y de devoto afecto en mi ánimo. En mi larga vida diplomática, transcurrida bajo tantos cielos y en tantas tierras, puedo bien decir que no me he encontrado jamás con un alma tan humilde, tan dulce, tan simple, como la madre Trinidad. Desde que la conocí, en la Nunciatura Apostólica de España, en el lejano 1946, me impresionó profundamente su simplicidad: se vislumbraba a primera vista, la manifestaba en el rostro, emanaba de sus palabras. Una simplicidad, no hecha sólo de forma externa, sino que era como su segunda naturaleza, la expresión más profunda de su ser. La simplicidad de aquellos que saben penetrar en la esencia suma de las cosas, de nuestra unión con Dios y de nuestras relaciones con el prójimo, sin razonamientos difíciles, sin deducciones lógicas, mas viviendo la realidad así como es: amar a Dios y al prójimo en Dios, ver en los otros hombres a los propios hermanos, ejercitar el cristianismo en un clima de bondad y de dulzura, realizar el sacrificio, constante y generoso, sin manifestarlo, como un deber natural de sí mismo, porque en cada hombre está la imagen augusta de Dios. Sacrificarse con alegría, regocijándose, cantando. Transformar la propia jornada de trabajo en cántico de Dios y de las criaturas.

Sí, en la madre Trinidad yo he visto como un segundo san Francisco. No en vano ella había sido clarisa, y su vocación a la simplicidad, a la oración, la había impulsado a trasladar, en simplicidad, la oración contemplativa en aquella activa, sobre el fondo siempre franciscano de su ser.

Así he visto a la Fundadora de las Hermanas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios; así la he visto, admirado, amando como una madre; así he visto, admirado, amando a sus hijas como un hermano suyo.

Dulces y valientes hijas, que llenas todavía del primer espíritu de la Fundadora, han recogido en vida y sobre el lecho extremo de la agonía, la llamada, la exhortación, la oración para ser como ella, pías, buenas, ejemplares, y lo están realizando en el mundo con fidelidad y amor. No aspiran a cosas grandes: están donde Dios las quieren, se contentan de poco. Parten con sinceridad su pobre pan para distribuirlo a los indigentes, abren su alma maternal a las niñas inocentes, y cultivan los gérmenes de bondad, de pureza, de fe. Trabajan y oran, siempre, sin descanso. Las poblaciones, que tienen intuitivo el sentido del bien, saben qué buenas son estas hermanitas, las admiran las aman y si se marchan, lloran.

Donde quiera, y ante todo en Roma, ellas han dejado este dulce sentido de tristeza en el barrio donde trabajaron por tres años. Yo soy testigo de su espíritu, de su trabajo, de sus sacrificios. La Madre fundadora ha inculcado en su corazón tres amores: la Eucaristía, la Virgen y el Papa. De estos tres amores brilla ahora en el cielo su gloria; de estos tres amores resplandecen, adornadas de sacrificio, sus hijas en la tierra.

Mons. Giuseppe Di Meglio.

Officiale della Suprema Sacra Congregazione del Sant’Offizio.

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