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Cada 15 de octubre la historia se vuelve cercana. En la mesa de la comunidad, en una carta, en la oración de la tarde, el nombre de Teresa de Jesús pide memoria agradecida y fuego sereno. Para Madre Trinidad, el día no era un trámite: se volvía súplica, bendición y encargo.

«¡Felicidades a M. Teresa de Jesús! ¡Oh Corazón de Jesús dulcísimo Sacramentado… inflames su corazón en vuestra hoguera divina de caridad…»

Aquella felicitación —15 de octubre de 1944— no suena a fórmula; suena a calendario encendido. Teresa es ocasión de pedir unidad, caridad ardiente y un solo latido para la pequeña grey. Un año después, la nota es breve y doméstica, casi un apunte al margen: «Hoy todas la hemos felicitado». Hay fiesta, pero no de pasarela; el tono es humilde, de familia que recuerda a su maestra mientras continúa el trabajo.

Si el calendario convoca, el pulso del corazón sostiene. Teresa enseñó a “entrar dentro”; Madre Trinidad afinó ese gesto a la luz de la Eucaristía. Lo dice con la naturalidad de quien vive “a la vista del Sagrario”:

«Allí nos tiene… la divina Madre, enseñándonos a adorar y reparar a Jesucristo Sacramentado en espíritu y en verdad…»

No es frase para bordar y olvidar; es método de vida. De hecho, cuando reformula el deseo del Instituto, vuelve al mismo centro —y al mismo verbo—:

«…donde queremos adoraros siempre en espíritu y verdad… Concédenos cumplir fielmente vuestra voluntad…»

En esa escuela, lo teresiano y lo eucarístico se estrechan la mano: interioridad que no se repliega, sino que se ofrece. Por eso, al dibujar la identidad del Instituto, la Fundadora no deja dudas:

«Sin la Eucaristía el Instituto no tendría razón de ser… Somos eucarísticas con adoración perpetua por voto…»

El pulso teresiano late también donde más cuesta. Cuando escribe a una hermana enferma o cansada, Trinidad recuerda —sin solemnidad, como quien comparte un secreto que ayuda— «aquello de santa Teresa, que bajaría a la tierra a padecer por ganar un solo grado de gloria». No hay dramatismo: hay esperanza recia; el dolor no se fetichiza, se ofrece y madura la caridad.

Ese mismo tono aparece cuando confiesa su deseo de ser hostia con Jesús: “estoy todavía en el molino haciéndome harina para Jesús, me haga una hostia con él”. La frase —octubre de 1946— traduce el “trato de amistad” teresiano a lenguaje de Custodia y ofrenda: oración que se deja hacer hasta volverse pan sencillo para otros.

Teresa en el calendario: un día que vuelve a decirnos “entra”.
Teresa en el pulso del corazón: un modo de mirar y decidir de rodillas.

Y al fondo, la misma luz:

«Adorar en espíritu y en verdad… y, unido a la plegaria, el trabajo que se ofrece». (Constituciones y Escritos)

«Que Jesús encienda una hoguera de caridad y nos haga un solo corazón y un alma». (15-X-1944)

No hay manual ni recetario aquí. Hay un idioma compartido: Teresa afina la escucha; Trinidad marca el compás eucarístico. El calendario lo recuerda una vez al año; el corazón, a cada hora.

Causa Madre Trinidad Carreras

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