
¡NUESTRA CONFIANZA EN SÓLO DIOS!
“El que tiene fe, todo le es posible”
“Omnia possibilia sunt credenti” (Mc 9,22)
Víspera del Patrocinio de San José. 29 de abril de 1936.
Si nosotras en vez de confiar en el Señor, confiamos en nuestras propias fuerzas, él permite sigamos en pobreza y toda clase de miserias para convencernos de nuestra impotencia.
¡Si contamos con el Señor, que con su ayuda y gracia todo lo podremos, el éxito es seguro, porque confiamos en aquel que está lleno de gracia y de verdad y que nos dará cuanto le pidamos, siempre que nuestra petición se funde en una verdadera confianza en él, buscando su santa gracia y beneplácito.
¡De cuánta paz y gozo disfrutan las almas que solo confían en Dios!… El patriarca san José es un buen maestro espiritual de las almas y no desampara a los que de un modo especial le confían su dirección.
Una pobre religiosa se veía mucho tiempo en un abismo sin fondo, creía vivía sin Dios a pesar de sentirse como atada al sagrario, hacia el cual sentía una abstracción irresistible y siempre que podía pasaba el tiempo junto a él, cuando nadie la veía, y lloraba sin consuelo amarguísimamente hasta el punto de sentir agotadas las fuerzas físicas; se veía sin Dios a quien tanto o más amaba…, ¡sin hijas!…, unas amenazadas por los rojos a morir, otras sin recursos ni medios de vida… Todo para acabar rendida y como resuelta a terminar con todo, se abrazó a Jesús y sobre el banco del coro llorando decía: ¡Señor que no puedo más… si tú no me miras… yo siento morir!… ¡Aliéntame, Jesús mío!, para poderte ofrecer aquellas hijas que más amo… y que sufren el cautiverio y la muerte… Este pensamiento me hacía desfallecer llorando sin consuelo y sin esperanza… La situación de las cinco comunidades tan necesitadas y pobres me partía el corazón… Quería confiar el cuidado y gobierno a cada superiora y yo prepararme para morir… ¡Aliéntame, Jesús mío!, para poderte ofrecer aquellas hijas que más amo… y que sufren el cautiverio y la muerte… Este pensamiento me hacía desfallecer llorando sin consuelo y sin esperanza… La situación de las cinco comunidades tan necesitadas y pobres me partía el corazón… Quería confiar el cuidado y gobierno a cada superiora y yo prepararme para morir… Era el día 29 de abril, víspera del Patrocinio de San José, quien tan poco me oía, a mi parecer. ¡Vivía tan sola!…
Estaba de rodillas como si me preparase para morir formando el testamento de las pequeñas Capuchinas Eucarísticas. ¡No sé qué me pasó, ni qué fue de mí!… Sentía que una voz me repetía muchas veces, primero tan calladito como si alguien me hablase al oído: “¿Y eres tú la que quería formarme de las Capuchinas Eucarísticas una legión de víctimas que se inmolasen conmigo a mi Eterno Padre en el altar, con el sacerdote, y que vuestra vida de adoración y penitencia sea el holocausto que ofrezcáis con la Hostia santa?… ¿Tú mi víctima? Y, ¿te bajas de la cruz y me dejas? Y, ¿tantos años hace que me pides ser mi víctima y morir conmigo en la cruz desamparada y sin consuelo?… ¿Eres tú aquella que en el noviciado y al hacer tus votos, te empeñabas en bajarme de la cruz para tú subir y morir en ella por mi? ¿Eres tu la que en tantas ocasiones te ofreciste a mí a morir por mi gloria llena de oprobios, calumnias, hasta morir deshonrada por darme gloria, y en las almas adoradoras y penitentes que querías rodear mi sagrario para consolarme?… Y ahora que mi Corazón angustiado y odiado de los hombres busca en tu corazón el amor y la promesa… y que estando para morir te prorrogué la vida para que me unieras las almas en la vida de adoración según te tengo mostrado, ¿te retiras, te sueltas de mis brazos y me dejas el rebaño en otras manos… sin preocuparte de que se dispersan las ovejitas de mi manada eucarística? ¿Cómo quieres merecer la corona de la victoria… si no trabajas ni luchas como mis santos?… No me seas cobarde, sé pues valiente, ¡estoy contigo más unido a ti que nunca!… ¡Valiente y firme te quiero ver pelear y luchar hasta morir!… Entra sin miedo a la batalla, vuelve llena de fe en mí, a Granada y si el Prelado te concede ir a Chauchina, entra llena de valor como yo entré en el Huerto… y bebe conmigo el cáliz que me dio mi Padre. ¡Entra sin miedo en la batalla!… Sufre con paciencia las heridas mortales que has de recibir. Yo extenderé mi mano para ayudarte; cuando te veas más sola, yo estaré entonces en medio de tu corazón, ¡no temas!, estoy a tu lado en la lucha, y aunque a veces te parezca perdida la victoria y que se glorían de tus ruinas, ¡no temas!, yo lo permito, con mayor amor, para que ganes más y yo sea más glorificado, haciendo que sobre esas ruinas se levanten mis tronos de adoración con mayor esplendor y mayor gloria, aunque tú no lo veas cumplido y terminado como deseas, en el cielo gozarás más, que si lo vieses aquí terminado. Cuando todos te tengan por muerta, entonces yo te daré a mí mismo por recompensa”.
¡Oh Dios mío!… ¡No sabía la pobrecita alma de dónde venía!… Atontada y fuera de sí no sabía qué hacer!… Deseaba una luz y un consejo y parecía que el Señor me mostraba su ministro: “al Prelado” y me decía como a san Pablo, ve a Ananías y haz lo que él te diga. Llena de paz y gratitud besé sus llagas y quise encerrarme en ellas para siempre.
Sor Trinidad.