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25 de julio de 1945

A veces, los santos nos visitan en el silencio del alma. No con apariciones ni milagros visibles, sino con una gracia secreta que inunda el corazón. Así lo vivió Madre Trinidad en la solemnidad de Santiago Apóstol, patrono de España y testigo del Evangelio hasta el martirio.

Desde Portugal, donde residía en ese momento, escribió con emoción:

“Ayer pasé el día de nuestro gran padre san Santiago en una continua acción de gracias. Me hizo este santo Apóstol tan grandes mercedes que solo en el cielo sabré agradecerlo al Señor. ¡Oh Dios mío, qué misericordia tan grande tuvo conmigo siempre el Señor!”
— Carta del 25 de julio de 1945.

Estas palabras, cargadas de humildad y fervor, revelan un lazo profundo entre Madre Trinidad y el Apóstol. No era una devoción superficial: era una espiritualidad jacobea vivida desde la fe encarnada, la oración confiada y la experiencia concreta del abandono a la voluntad de Dios.

Ya en otra ocasión —13 de julio de 1938— había peregrinado a Santiago de Compostela, postrándose ante el altar del Apóstol, confesándose y comulgando en la Capilla del Corazón de Jesús, pidiendo por la caridad de sus hijas. No lo vivía como un viaje más, sino como un acto de reparación y comunión profunda.

Estas menciones vinculan a Madre Trinidad con el espíritu del Camino: caminar sin mirar atrás, entregarse sin reservas, vivir la fe como una marcha continua hacia la meta que es Cristo. Santiago, el Apóstol del ardor, fue para ella intercesor, padre y compañero en la lucha por responder al llamado de Dios.

Hoy, en su fiesta, también nosotros podemos hacer esa “peregrinación interior” que ella vivió: ofrecer nuestro día, nuestras luchas y nuestra pobreza al Señor, con la certeza de que su misericordia siempre nos acompaña en el camino.

Causa Madre Trinidad Carreras

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