«Hija mía llene su corazón de Dios todo; ¡sólo Dios basta!».

Aquí me encuentro atascada sin saber que hacer, miro al cielo pidiendo ayuda a Dios, y de lo más profundo de mi ser, pude recordar una frase de Madre Trinidad que dice:
«Hija mía llene su corazón de Dios todo; ¡sólo Dios basta! y con este lema afrontará las dificultades que el demonio pondrá en su camino!… ánimo hija mía»…
¡De la nada apareció Stella! Con su vuelo ligero y característico ¡Qué alegría me dio en un momento! Llevaba consigo una cuerda qué a su vez, estaba atada a un árbol. Cogí del extremo que ella sostenía y ayudándome de la soga conseguí escapar.
Finalmente, después de unos minutos que se sintieron como horas, llegué a la gran casa de la Vizcondesa. La estructura era imponente, con grandes ventanales y un jardín bien cuidado que parecía susurrar historias de tiempos pasados. Llamé a la puerta, y un sirviente de aspecto elegante me recibió.
– Hola, vengo de parte de don Francisco, el ayudante de don Sebastián Carrasco, Vicario de Melilla. – Dije a toda prisa.
Detrás de aquél elegante mayordomo, se asomó una cabeza de mujer que me convidaba a pasar. Al cruzar el umbral, me sentí nuevamente transportada a otro tiempo. El salón era amplio y luminoso, decorado con tapices que contaban historias de héroes y leyendas. Me recordaba a como está actualmente el Molino del Perrillo en Berja, Almería, cuando fuimos de visita con el colegio.
– He de confesarle, querida mía, que me tenía sumamente inquieta todo cuanto viene aconteciendo. -Susurró la Vizcondesa.
– La verdad es que no ha sido del todo sencillo. -Repliqué.
– Permítame sugerirle que se despoje de ese calzado empapado; con gusto pondré a su disposición un par seco y adecuado. ¡Severino! ¡Calzado para la joven! -Ordenó muy amablemente. – Reciba esta suma. Le encarezco que extreme las precauciones en su camino de vuelta señorita.
Después de una breve conversación y beber una riquísima agua de azahar con hielo, me apresuré de vuelta a la casa del ayudante del… a la casa de… ¿Dónde vive don Francisco?
Me detuve en seco, sintiendo cómo la mente comenzaba a hacerse un ovillo entre la emoción y el cansancio. Miré a mi alrededor buscando una pista, una señal… y entonces, vi algo que me heló el corazón de puro alivio: una paloma blanca volando bajo, con una cinta roja atada a la pata. Pero algo en su vuelo, en el modo en que se posó sobre un tejado cercano, me impulsó seguirla. Sin pensarlo, giré por la callejuela que bordeaba la tapia del jardín. La paloma voló unos metros más adelante, se detuvo, y volvió a alzar el vuelo. Así, sin hablar, me guio como si conociera mi destino.
Al llegar a una pequeña plazoleta con una fuente de piedra —desgastada y silenciosa— la paloma revoloteó sobre una casa con postigos verdes. En la puerta, un pequeño azulejo decía en letras ya gastadas: Don Francisco Baena.
Me eché a reír. No por burla, sino por esa mezcla de asombro y fe que sólo se experimenta cuando algo imposible tiene sentido. Y es que cuando Dios se pone creativo…
—Gracias, Señor… —murmuré, levantando la vista al cielo.
¡Toc, toc! Llamé con la aldaba.
Una mujer que parecía trabajar en aquella casa me abrió lentamente, y tras oír mi pregunta su respuesta me dejó atónita. – El señor se trasladó… aunque no sabría decirle adónde.
Pues parece que tengo una nueva complicación. ¡Debo encontrar a don Francisco urgentemente y entregarle el dinero! ¿Por dónde empiezo? ¡Ay Madre!
Continuará…