
El 6 de septiembre de 1916, mientras permanecía en adoración, Madre Trinidad del Purísimo Corazón de María vivió una experiencia mística que marcaría su camino y el de su futura fundación.
Ella misma lo narró como una visión en la que fue trasladada a un campo desierto. Allí contempló un edificio lleno de vírgenes resplandecientes, que invitaban a doce humildes religiosas a participar en la fiesta. En el centro, vio al Cordero Divino en el Corazón Inmaculado de María, invitando a ser recibido y adorado.
La Virgen le confiaba a las religiosas pequeños corderos heridos, símbolo de los niños huérfanos y pobres, que debían ser purificados en la fuente de la Sangre de Cristo y alimentados con su Cuerpo Sacramentado. La Sierva de Dios sintió entonces en su alma un deseo ardentísimo: salvar a los huérfanos de la guerra y conducirlos a la Eucaristía, uniéndose al mismo tiempo a la misión de sostener espiritualmente a los misioneros dispersos en tierras lejanas.
En aquella fecha, en pleno contexto de la Primera Guerra Mundial, la inspiración divina de Madre Trinidad se convirtió en llamada: recoger a los más pequeños y abandonados para acercarlos al Corazón Eucarístico de Jesús. Una intuición que, años más tarde, cristalizaría en la misión educativa de las Esclavas de la Santísima Eucaristía.
Este 6 de septiembre recordamos que la raíz de nuestra obra educativa está en una visión de fe, profundamente eucarística y mariana, que unió contemplación y acción al servicio de los más pobres.